
La botella vacía, el vaso medio lleno, el hombre duerme sobre la mesa, soñando con anteriores realidades, el nombre de su amada vocifera, sin saber de tiempo ni espacio, ese sueño se vuelve pesadilla, grita su nombre, pide que no lo deje, que no se vaya, que no le engañe, el le ha dado todo, una vida completa de sacrificios, por que ella le paga así.
Un hombre se acerca, golpecitos en la cabeza, pretendiendo despertar a aquel ebrio sumido en sueños de desengaños, pero el no vuelve en sí, no escucha a nadie, no siente nada, solo un nombre dice, lo toman de los brazos, sonríe como un niño, parece estar volando hacia la felicidad, es dejado en un pequeño callejón.
Agua de vida, agua de muerte, cae sobre su rostro la lluvia nocturna, como cachetada de madre desilusión, lo despierta de una vez, se levanta húmedo de borrachera, aun con los ojos desgarrados, hace parar un taxi.
A su casa llega el hombre ebrio, se supone de la ciudad se había ausentado, nadie esperaba verlo hoy, el taxi paga, baja del vehículo, se para frente al pórtico, sus manos levanta hacia su rostro desfigurado por la amargura y el alcohol, suspiros descontrolados salen de su pecho, lagrimas brotan sin cesar como si alguien se le hubiese muerto, entre sollozos va rodeando el jardín, hasta llegar al patio de atrás, se sienta bajo el ventanal que da a su dormitorio, de pronto su llanto aumenta, sus oídos tapa con fuerza, no es capas de escuchar los sonidos orgásmicos del pecado, de la traición, de la desilusión. Las peores de sus pesadillas parecían hacerse presente en el lugar, el hombre ebrio en llanto, cambia sus ojos de tristeza amarga, a una furia extrema, nunca jamás, hubiese el creído ser parte de la maquinación que se le atraviesa por su atormentada cabeza.
